El oliverense Tomás Costa anunció que se aleja del fútbol profesional con un sentido adiós “al circo”. El mediocampista de 35 años dio sus primeros pasos en Sportivo Belgrano y su debut profesional lo tuvo en Rosario Central, donde compartió equipo con Ángel Di María. Sus temporadas en el canalla le abrieron las puertas en el mercado europeo, donde fue fichado por FC Porto. También jugó en Rumania, Chile, Uruguay y en Perú, donde jugó sus últimos partidos defendiendo la camiseta de Alianza Lima.

“Cómo todo actor de circo nos miden los aplausos, abucheos o silbidos. Nos activamos o desactivamos sin ningún término medio. Al principio entrar a la función me hacía dudar si siempre sería así, y definitivamente era así”, inicia el texto compartido por Costa.

“A medida que el circo giraba, los propulsores dejaron de ser los aplausos, fotos o autógrafos y pasaron a ser el dinero, las luces y la fama”, continúa y resalta: “Se empezaron a perder valores esenciales del viaje, lugares, personas, costumbres, gustos y placeres”.

“El circo me dio todo o casi todo”, enfatizó y abundó: “El único gran miedo era si allá afuera las cosas no se consigan tan fáciles o los sueños no se cumplan al pie de la letra como en el circo. Nos educaron bajo el lema de que solo servimos para actuar en el circo”.

En ese sentido, añadió: “Sin mirar para atrás. Tapándome los ojos y muy asustado salí. Encare para la luz, tome a mi compañera de de viaje a mi pequeña y salimos vimos a nuestra familia esperándonos, los amigos, nuestros lugares y nuestros gustos”

“Estaban todos ahí cómo si no hubiese pasado el tiempo, como si el circo en lugar de llevarnos  a lugares tan lejanos siempre estuvo en el mismo sitio”, expresó el jugador nacido futbolísticamente en Sportivo Belgrano.

“Gracias por haberme hecho vivir cosas únicas, por cumplirme sueños, por hacerme sentir un privilegiado, por hacerme sentir orgulloso, por regalarme momentos que quizás en ningún otro lugar los vuelva a vivir o sentir”, manifestó.

 Y siguiendo esa misma línea, finalizó: “Simulando que todos mis compañeros de circo me miraban, les dije ‘no tengan miedo, no nacimos para vivir en el circo. Por supuesto que nos sentimos cómodos, es nuestra casa. Pero sabemos hacer otras cosas, sabemos vivir sin las luces y sin los aplausos, sabemos valorar y disfrutar de lo conseguido y sobre todo, si durante el viaje pudiste o supiste mantener el eje, afuera los estarán esperando como me esperaron a mi”.

El texto completo compartido por Tomás: (vía instagram @tomyrc8)

Cómo todo actor de circo nos miden los aplausos, abucheos o silbidos. Nos activamos o desactivamos sin ningún término medio. Al principio entrar a la función me hacía dudar si siempre sería así, y definitivamente era así.

En el circo conocí de todo, actores principales, secundarios, extras, los que trabajan detrás de escena y directores, de todos los gustos, cada uno con su libreto y mañas. Obras maestras de la ficción. A medida que el circo giraba, los propulsores dejaron de ser los aplausos, fotos o autógrafos y pasaron a ser el dinero, las luces y la fama. 

Comenzamos a vivir con las críticas, el éxito y los fracasos. Entendíamos y normalizábamos que solo teníamos derechos si nos ovacionaban, si facturábamos o si éramos exitosos. Se empezaron a perder valores esenciales del viaje, lugares, personas, costumbres, gustos y placeres. Pero al final, el circo parece que siempre equilibraba las cosas cuando uno de sus integrantes se descarrilaba. 

 El circo me dio todo o casi todo, me permitió actuar con gente maravillosa, conocer lugares maravillosos y me dio muchas cosas en bandeja. Algunas muy difíciles de conseguir, no por costo sino por la dificultad de encontrarlas. Pero parecía que el circo sabía a quién y cómo dárselas para conseguir ese bendito equilibrio. 

Una vez después de una función miré por donde entraba la luz a la carpa, fue la primera vez que me pregunté qué había del otro lado. Me dio miedo, quise cambiar de pensamiento rápido pero volví a mirar la luz y me dije ¿allá afuera será todo tan maravilloso como acá? Volví a tener miedo y miré para otro lado.

El único gran miedo era si allá afuera las cosas no se consigan tan fáciles o los sueños no se cumplan al pie de la letra como en el circo. Lamentablemente nos educaron bajo el lema de que solo servimos para actuar en el circo, donde nos sentimos protegidos, y de la única manera que se sale del circo es si te rajan. 

Encare para la luz, tomé a mi compañera de viaje, a mi pequeña y salimos. Sin mirar para atrás. Tapándome los ojos y muy asustado salí, vimos a nuestra familia esperándonos, los amigos, nuestros lugares y nuestros gustos. Estaban todos ahí cómo si no hubiese pasado el tiempo, como si el circo en lugar de llevarnos  a lugares tan lejanos siempre estuvo en el mismo sitio. 

Cuando me aleje de la carpa mire de reojo para atrás como dudando, y me dije ‘¿No vas a saludar? ¿No te vas a despedir de todos?. Me di vuelta por completo mirando la gigantesca carpa de todos colores y agradecí.

Dije en voz baja. Gracias por haberme hecho vivir cosas únicas, por cumplirme sueños, por hacerme sentir un privilegiado, por hacerme sentir orgulloso, por regalarme momentos que quizás en ningún otro lugar los vuelva a vivir o sentir. 

Simulando que todos mis compañeros de circo me miraban, les dije ‘no tengan miedo,

no nacimos para vivir en el circo’. Por supuesto que nos sentimos cómodos, es nuestra casa. Pero sabemos hacer otras cosas, sabemos vivir sin las luces y sin los aplausos, sabemos valorar y disfrutar de lo conseguido y sobre todo, si durante el viaje pudiste o supiste mantener el eje, afuera los estarán esperando como me esperaron a mi.