El Día Mundial del Ahorro de Energía fue impulsado por el Foro Energético Mundial (World Energy Forum) y celebrado por primera vez en 2012, durante su inauguración en Dubái. Desde entonces, esta jornada convoca a gobiernos, empresas y ciudadanos a asumir compromisos reales en la lucha contra el cambio climático. Su principal propósito es fomentar una cultura energética consciente, que garantice un acceso equitativo, sostenible y seguro a la energía para el año 2030.

El ahorro de energía no solo implica un menor consumo, sino una transformación en la manera de producirla y gestionarla. La generación energética a partir de fuentes no renovables continúa siendo una de las mayores causas de contaminación y degradación ambiental. Según Greenpeace, la quema de combustibles fósiles como el carbón, el gas natural y el petróleo es responsable de las emisiones más altas de dióxido de carbono (CO₂) del planeta, lo que acelera el calentamiento global y sus consecuencias visibles: incendios, derretimiento de glaciares, sequías extremas y pérdida de biodiversidad.

La Organización Meteorológica Mundial (OMM) confirmó que la década 2011–2020 fue la más calurosa registrada en la historia. Este aumento de la temperatura media mundial genera un efecto dominó: afecta la producción alimentaria, reduce la disponibilidad de agua potable y amenaza la salud y la economía de millones de personas. Frente a este panorama, la Agencia Internacional de Energía (AIE) insistió en la necesidad de triplicar los proyectos de descarbonización y acelerar la transición hacia energías limpias antes de 2050.

Las energías renovables —como la solar, la eólica, la hidroeléctrica, la biomasa y la mareomotriz— se presentan como la alternativa más eficaz para mitigar el impacto ambiental. Su aprovechamiento permite reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y avanzar hacia un modelo de desarrollo más sostenible. Organismos internacionales, como la Unión Europea, ya impulsan políticas que apuntan a disminuir drásticamente las emisiones y aumentar la educación ambiental de la población.

Sin embargo, el cambio no depende únicamente de los grandes acuerdos internacionales: también empieza en los hogares. El Foro Energético Mundial recomienda incorporar hábitos cotidianos que, sumados, tienen un fuerte impacto positivo. Entre ellos, aprovechar la luz natural, desenchufar dispositivos en desuso, reemplazar las lámparas por bombillas de bajo consumo, moderar el uso de calefacción y aire acondicionado, y cuidar el consumo de agua. Educar sobre el uso responsable de la energía y asumirlo como parte de la vida cívica es una de las claves para garantizar un futuro más verde, habitable y justo para las próximas generaciones.