Cuando se piensa en la Autopista Rosario–Santa Fe, lo primero que viene a la mente es el tránsito incesante, los autos y camiones que recorren sus 156 kilómetros. Sin embargo, a la vera del asfalto existe un corredor biológico único en la provincia: Un “sendero verde” que conecta ecosistemas, especies y comunidades humanas, y que hoy busca recuperar protagonismo como herramienta de conservación.

El ministro de Ambiente y Cambio Climático, Enrique Estévez, definió al corredor como “un espacio donde conviven naturaleza e infraestructura, que no sólo conecta dos ciudades, sino también especies, ecosistemas y comunidades”. En ese sentido, remarcó que cuidarlo no es simplemente preservar flora y fauna, sino también “garantizar equidad, calidad de vida y un futuro sostenible”.

En la localidad de Timbúes, se desarrolló una jornada de plantación de especies nativas para enriquecer el corredor. Talas, aromitos, algarrobos y ceibos fueron incorporados al paisaje, con el objetivo de devolverle a la zona pampeana su expresión natural. “Lo que había quedado era sólo pastizal, por eso buscamos reintroducir árboles que sostengan la biodiversidad de este lugar“, explicó Luciana Manelli, directora de Bosques y Áreas Protegidas.

Más allá del acto puntual, la iniciativa abre un debate necesario: ¿Cómo compatibilizar la infraestructura vial con la protección de la naturaleza? La autopista es sinónimo de desarrollo y conectividad, pero también implica riesgos de contaminación, atropellamiento de fauna y degradación de hábitats. Visibilizar la existencia de este corredor verde significa entender que no se trata de un “decorado” al costado del camino, sino de un ecosistema vivo que requiere cuidados.

En definitiva, el corredor biológico Rosario–Santa Fe se presenta como un laboratorio a cielo abierto donde conviven los desafíos del crecimiento urbano con la necesidad de preservar los servicios ambientales. Un recordatorio de que, incluso en medio del cemento y el tránsito, la naturaleza insiste en abrirse paso.