Anabel y Mariano son dos hermanos de Oliveros que días atrás encararon una especial hazaña. Su padre, Felix, había logrado llegar a la cumbre del volcán Lanín a sus 52 años y prometió volver, pero lamentablemente falleció. Sus hijos, quisieron hacer realidad esa promesa y luego de un enorme sacrificio para ascender, dejaron sus cenizas en la cima. “Le cumplimos el sueño”, expresaron a IRE.

“A mi papá le fascinaba el sur y las montañas. Desde chicos él nos decía que la vida es como una montaña, con sus bajadas y subidas. Que toda cumbre es un logro, un esfuerzo y que nada se consigue sin eso y que la mochila son todas esas cosas de las que uno no se puede desprender o resolver”, describió Anabel Albelo en diálogo con IRE.

A Felix le atraían las montañas, pero en particular el volcán Lanín. Es que a sus 52 años, tuvo la oportunidad de conocerlo a través de una empresa que le pagó el viaje a él y un grupo de unas 20 personas. Sin entrenamiento previo ni equipo, decidió que tenía que escalar y pese a no tener todos los pronósticos a favor, logró hacer cumbre.

“Salió de la oficina, se calzó una mochila, unos borcegos y salió. Solo cuatro hicieron cumbre. Mi papá llegó con la cabeza, no con el cuerpo. Escuchar el relato de lo duro que fue y de esa comunión que hace uno mismo ante la adversidad, donde uno conoce sus fortalezas y debilidades”, confió la vecina.

Fue así que Anabela y su hermano Mariano se fijaron como objetivo escalar la montaña, vivir esa experiencia y cumplir la promesa de su padre de poder regresar. El día 27 de octubre comenzaron el ascenso a 45 grados de inclinación y en solo 7 horas hicieron 2600 metros, de los 3700 en total.

“Hicimos hasta la última base. Me di cuenta de que la cabeza es lo que más juega, porque a los 1000 metros el cuerpo me decía que no iba a llegar. Nos pusimos una meta dura y difícil, pero empezamos a ir con la cabeza y haciendo los pasos de papá, nos dimos cuenta de lo importante que es la armonía de tu cuerpo y el hecho de tener un objetivo claro y no perder ese eje”, describió.

Y continuó: “Dolor vas a sentir en toda la trayectoria, pero con un objetivo claro ese dolor se transforma en una recompensa y todo se disipa. Nos parecía tan difícil de creer hacer tangible este sueño”

Así, ya instalados en la última base, a las 2 de la madrugada encararon el trayecto más difícil, el último tramo de 1100 metros inclinado a 35 grados. “No te daban ganas de salir, allá arriba es un glaciar y el dolor es inmenso. No mirás la luna ni las constelaciones ni nada alrededor, solo vas detrás de los pasos del que va adelante”, comentó Anabel.

Luego de más de 6 horas, momentos de las 9 de la mañana, lograron hacer cumbre. “Cuando los primeros rayos de sol pudieron ver lo que habíamos hecho y por dónde habíamos caminado parecía increíble”, señaló.

Ya en la cima, Anabel le dio las cenizas de Félix a Mariano y él hizo un pozo para poner las cenizas de su padre. “Él había pedido estar ahí, él había pedido volver y le cumplimos el sueño. Fue difícil, pero él se merecía que nosotros hiciéramos el esfuerzo”, expresó.

Y finalizó: “Siempre fue un ejemplo, un tipo recto. Que pese a que no tuvo una buena infancia, fue un excelente padre. Se lo merecía. Él se pudo haber ido, pero siempre nos queda el recuerdo y esos consejos que uno con la madurez que va teniendo con la vida lo recuerda y lo trae a diario. Él está allá arriba y también está en nosotros, como debe ser”.