Se mudaron a Oliveros hace un año buscando tranquilidad, pero desde entonces no pararon de llover los rechazos, malestares y amenazas. Lo último sucedió este sábado cuando un grupo de ocho chicos los golpearon, a los dos hermanos y un primo, al regresar de bailar de Totoras. Para completar la saña grabaron en un video donde le ponía las zapatillas a uno de ellos y le pedía perdón por molestarlo. La familia comenzó una cruzada desesperada para que se termine la violencia. Los detalles.

En el living de su casa recibieron a IRÉ, de a poco se fueron instalando en la mesa cuadrada del centro de la habitación. Sus miradas lo decían todo. El encargado de abrir la puerta fue el papá y no tardó en aparecer su mujer, poco después llegaron los dos hijos: N. que está pronto a cumplir sus 18 años, y T. que tiene 15. 

El relato fue contundente y sobre todo desesperado: “Esto no da para más”. Los dos adultos comenzaron narrando las ilusiones que los trajeron a instalarse en un lugar tranquilo y cómo Oliveros se coló dentro de las elecciones. La maestra, no tardó en explicar que los chicos “no van mucho al pueblo porque tienen muchas actividades para hacer dentro de Campo Timbó”, casi como justificando su lejanía a una localidad que no los supo cobijar. Y siguió: “Ellos tienen muchos amigos en Rosario, acá inclusive son amigos con chicos más grandes, no nos explicamos por qué pasa esto”. 

En febrero se mudaron a Oliveros, y al comenzar las clases en el secundatrio no tardaron en llegar los roces. Que se sostuvieron durante todo el año, más allá de los reiterados intentos e intervención del personal del Juan XXIII. Pero, como explicó la docente lo que sucedió este fin de semana les “colmó la paciencia”. 

El relato

El sábado a la noche los hermanos y su primo fueron a Totoras en una trafic. Al regresar el clima se tornó denso, explicó el hermano mayor: “Venia sentado al lado de una chica y un pibe empezó a someterme, me ponía los pies encima, me chocaba, me molestaba. Entonces me corrí de lugar. Y desde ahí empezó a dirigirse a mi de manera indirecta con cosas que decía. Yo no decía nada. Nosotros intentabamos evitarlos, inclusive nos bajamos antes porque veiamos que querian problemas”.

Pero, continuó: “Escuché el ruido de una moto y supe que venían, en esa moto venían tres, entre esos venía este chico. Se bajó y me empujó. Atrás llegó un auto, un Clio, con cinco personas más. Yo tenía relación con esos chicos entonces les dije “nosotros no tenemos intenciones de pelear con nadie”. Y ellos empezaron a empezar a fomentar que peleemos, y les explicaba que no quería”.  

El relato estaba plagado de ira, pero sobre todo de autocontrol. El muchacho practica artes marciales y se propuso dejar pasar la situación: “Ahí este chico me pegó en la cara. Le dije que no iba a pelear, que ya me había pegado, que la corte. Y me recriminaba que casi lo echaron de la escuela, que le sacaron la moto por mi culpa, no se cuantas cosas más. Me volvió a pegar un golpe de puño en la boca. Entonces, les pedí a los mayores que lo lleven, que ya me había pegado dos veces y que no quería pelear. Nos dejaron avanzar una cuadra más, y en la otra cuadra me volvió a esperar y me golpeó. Hasta ahi nunca respondí, me pegó tres veces. Era algo humillante, también nos escupían”. 

Pero, no termirnó ahi: “Les pedía a los mayores que no quería pelear, en todo momento nos incitaban, entonces le dije que si era entre nosotros dos peleaba. Cuando empecé a pelear, me prometieron en vano, porque vino otro y me pegó a de atrás. Caí al piso, y cuando mi primo quiso separar lo golpearon y lo nockearon. Desde el suelo les decía: “Basta loco, ya está, mirá lo que armaste”. Y él me decía “Dejame que te tengo que pegar””. 

Durante el episodio ningún vecino salió ni dio aviso a la policía. N. avanzó: “Cuando me estoy yendo me dice: “Si ustedes se van, los matamos”. Como se le habían salido la zapatilla me dijo que se la tenía que poner. Me filmaron mientras le ponía la zapatilla y le tuve que pedir disculpas”. 

Con la mirada fija y la voz firme cubierta de enojo, el muchacho enfatizó: “Me humillaron, se rieron de mi y se fueron. Estabamos los tres inconcientes, mareados, caminando solos. Eran ocho personas que nos pegaron. Paramos a un señor que pasó y nos dio socorro hasta que llegó mi papá”. Al tiempo que reflexionó que lo sucedido parecía una película: “Los miraba y no los reconocía, las caras que tenían, lo que hacían. No es algo moral, ni etico, no hay vuelta que darle, no hay justificación para lo que hicieron, es mounstruoso”. 

No terminó ahí

En ese contexto, el papá tomó la palabra y continuó el relato: “Fuimos a la comisaría, el policía me dijo que teníamos que ir al Centro de Salud. Los chicos se subieron a mi auto. Entramos a la salita, y atrás llegaron con el Clio. Los chicos se metieron corriendo, y uno de ellos entró a la sala donde lo estaba atendiendo el médico, el enfermero y el policía y los amenazó”. 

Desorbitado por lo que había vivido y cómo habia encontrado a sus hijos afirmó: “Hice a denuncia y voy a ir hasta las últimas consecuencias legales. No quiero plata, quiero que vayan preso. Esto se tiene que terminar”. Y cuestionó: “Nosotros vinimos de Rosario para vivir tranquilos, no podemos creer que haya pasado esto. Estos pibes no tienen límites, son matones. El pueblo lo sabe y miran para otro lado. Porque ahora a nosotros nos dicen que ya los conocen”. 

Al concluir el relato, N. reflexionó: “Lo que me duele es que consideraba amigos a muchos de ellos, hemos salido a comer juntos, no entiendo porqué esa traición. Que me humillen, además de los golpes, duele sentirse traicionado”. Luego referenció: “Estoy seguro que no soy el único que le pasó”. Y terminó: “Me siento, traicionado, humillado, adolorido por los golpes, con miedo. Es una combinación gigante de emociones”.