Australia dio un golpe sobre la mesa y volvió a encender un debate que en Argentina aparece cada tanto, pero nunca termina de resolverse: qué hacer con la presencia de menores en redes sociales, un espacio tan masivo como incierto, donde conviven entretenimiento, vínculos, violencia digital y algoritmos que nadie controla.
La ley australiana, que ya está bloqueando a miles de adolescentes, se transformó en el argumento que muchos especialistas locales venían esperando para poner en agenda una problemática que crece de manera silenciosa. Aunque en el país no hay un proyecto ni cercano a una prohibición de este tipo, sí existe una preocupación extendida: La edad temprana de acceso, la falta de supervisión adulta y los riesgos asociados al uso compulsivo.
En Argentina, según encuestas privadas, la mayoría de los chicos accede a redes entre los 9 y los 11 años, muy por debajo de los 13 que exige la mayoría de las plataformas y aún más lejos de los 16 que plantea el modelo australiano. El contenido que consumen, y que las aplicaciones les recomiendan automáticamente, aparece como un punto crítico: Videos violentos, desafíos peligrosos, sexualización temprana y mensajes misóginos o discriminatorios, replicados sin filtros.
Especialistas en salud mental remarcan que la adolescencia es especialmente vulnerable a la comparación permanente, al peso de la imagen y al ciberacoso, un fenómeno que se multiplicó con la masividad de TikTok e Instagram. “Lo que hace Australia es extremo, pero obliga a mirar un problema que acá se naturalizó”, señalan en ámbitos vinculados a la psicología y la educación digital.
Otros advierten que una prohibición total podría arrastrar efectos no deseados, sobre todo en sectores donde las redes funcionan como puente cultural o sostén emocional. “Para muchos chicos, especialmente en comunidades vulnerables, las redes son la única manera de conectarse con pares, expresarse o encontrar contención”, remarcan organizaciones que trabajan con adolescentes.
Frente al avance regulatorio en otros países, en Argentina el escenario es distinto. El debate político todavía no tomó forma y las plataformas operan prácticamente sin contrapesos, mientras los adultos suelen quedar desbordados por tecnologías que avanzan más rápido que la capacidad de acompañar.
Lo que sí se comparte, tanto entre quienes defienden mayores controles como entre quienes rechazan las prohibiciones, es la sensación de que el país necesita una discusión seria y urgente: Educación digital desde edades más tempranas, herramientas reales de control parental, transparencia en los algoritmos y un marco legal actualizado para un ecosistema que ya forma parte de la vida cotidiana de millones de chicos.
Mientras tanto, la decisión australiana funciona como un espejo: un experimento gigante que el mundo observa, y que en Argentina reabre preguntas que ya no pueden seguir postergándose.

