A Milo siempre le llamaron la atención las bicicletas. Cada vez que viajaba a San Lorenzo, había un ritual que nunca fallaba: Pedir ir al parque de la avenida para mirar a los chicos que andaban en BMX. “Desde chiquito me encantaba”, recuerda. Ese entusiasmo se volvió deseo: A los 7 años pidió una bicicleta BMX para Navidad. Y ahí empezó todo.
Con su primera bici comenzó a ir al parque para probar, sin demasiada técnica pero con mucha curiosidad. Fue allí donde conoció a Max, otro chico de su edad que ya andaba en el ambiente. La amistad fue inmediata y también la invitación que cambiaría su historia: Conocer Helltrack, un galpón con rampas de madera en Rosario. “Desde ese día comenzó todo. Ahí conocí bien de qué se trata este deporte.” , le contó a IRÉ.
La bici navideña, sin embargo, quedó grande para su estatura. Milo lo recuerda con humor: “La tuve que guardar porque el rodado era muy grande. La cambié por un rodado 16, que es mi medida.” Con la bici correcta, su camino empezó a tomar velocidad.
El descubrimiento de un mundo nuevo
La primera vez que entró a Helltrack lo dejó sin palabras. “Fue hermoso”, dice. Quedó sorprendido por el lugar, por las rampas y por los chicos que ya entrenaban ahí. “Lo quería recorrer todo, pero para eso necesitaba mucha práctica”, cuenta.
Al principio iba sin clases, con amigos, alquilando el turno. Después llegaron los profes: Iván, su primer instructor, y Cristian, de la escuelita. De ambos aprendió técnica, seguridad y confianza. Hoy sigue yendo siempre que puede. “Helltrack me encanta”, resume.
Una comunidad que sostiene
Para Milo, el BMX es principalmente una red de vínculos. Lo define como “sinónimo de amistad”: Hizo amigos de su edad y también más grandes, que le enseñan y lo alientan. Su mamá destaca lo mismo cuando lo acompaña: El clima familiar, el compañerismo, el respeto entre todos los chicos. Milo lo resume así: “Es un ambiente sano, de amistad y mucho disfrute.”
Esa misma comunidad es la que lo empujó a superar miedos y desafíos. Milo reconoce que necesita estar seguro antes de intentar algo nuevo: “Si no estoy seguro, espero”. Y el BMX, dice, es un deporte que trabaja mucho la confianza.
Los momentos que marcan
En este camino corto pero intenso, hubo emociones fuertes. “En este deporte los logros se festejan, los de cada uno y los del otro”, dice Milo. El primero llegó lejos de casa, en un evento en Reconquista. Sin conocer el lugar ni la dinámica, se sintió inseguro. Pero ahí apareció Iván, su profe, para acompañarlo, hablarle y darle ánimo. “Él fue quien me dio mi primer trofeo”, recuerda. Ese día quedó grabado en su memoria.
Más reciente fue otro logro que lo emocionó hasta las lágrimas: Logró “volar” una parte difícil del parque en Avepark, el espacio de San Lorenzo donde entrena ahora. Era algo que venía trabajando hace mucho junto al profe Leo. “Fue uno de los momentos más lindos del año”, cuenta.
También hubo un hito especial: Llevar el BMX a Serodino, su pueblo. Para él fue una mezcla de orgullo, felicidad y agradecimiento participar en la Expo Serodino.
La vida alrededor de la bici
Milo disfruta todo del entrenamiento: Aprender algo nuevo, mejorar un truco, las charlas con los amigos y, sobre todo, la compañía de su familia. “A veces nos vamos de un parque y seguimos en otro porque nos quedamos con ganas de andar”.
Su mamá confirma que el deporte le dio disciplina, amistades y un espacio donde sentirse parte. Para Milo, lo más lindo es simple: las alegrías, los viajes, los momentos compartidos. “Lo más importante es disfrutar. Lo demás llega solo: Un truco, un trofeo, una medalla…”, dice.
Un mensaje para otras familias
Para quienes están pensando en acercarse al BMX, Milo tiene un consejo directo y sincero: “Que no lo duden. Si les gusta, que le den para adelante. Es un deporte hermoso.”
Y él es un ejemplo de eso: Un chico de 8 años que encontró en la bici un lugar para crecer, aprender y, cada tanto, volar un poquito más alto.

